Ya habían pasado tres días desde que Julio le había puesto los cuernos a Iria. Ésta aún no se había enterado, pero el tiempo para que lo supiera estaba contado. Como todos los días, Julio y sus amigos fueron a la salida del instituto de las chicas. Cuando llegaron, los alumnos ya estaban saliendo. Vieron salir a las tres chicas. Iria sonrió al ver a Julio, y Marta puso una disimulada mueca de desagrado. No le gustaba Julio. Últimamente le notaba una actitud distinta, y eso hacía que se temiera algo malo. En cuanto llegaron junto a ellos, Julio e Iria se saludaron y todos empezaron a charlar, excepto Marta, que se mantenía callada, y Julio, que estaba muy pendiente de su actitud.
En un momento dado, escucharon como unas voces femeninas las llamaban. Eran otras chicas de otro instituto, también muy guapas, de las más populares. Se acercaron a ellos y se dieron dos besos, y la conversación continuó. Pero una de las chicas también estaba callada. Era Olivia, que era muy amiga de Adriana, y conocía los cuernos de Julio. Vio que Iria no tenía ni idea, solo era ver como estaban ella y Julio, así, que en un momento, interrumpió la conversación pidiéndole a Iria si podían hablar un momento. Iria, extrañada aceptó, y Julio ya supo lo que se le venía encima.
Las dos chicas hablaron un momento, mientras Marta vigilaba un poco de reojo, porque vio la cara de Julio al ver que su novia iba a hablar con Olivia. En dos minutos Iria se giró, con una cara pálida, como si le hubieran dado un infarto. Miró a los ojos azules de Julio, que la observaban. Se acercó lentamente a él, y mientras Olivia se mordía el labio inferior, le dio a Julio una torta que sonó en toda la calle, añadiendo un débil:
-Gilipollas.
Se giró y se marchó rápidamente, dejando a todos un poco sorprendidos, y a Julio con la mejilla roja mirando como se iba la chica. Paula miró a Julio y echó a correr tras Iria, mientras que Marta miró directamente a los ojos de Julio.
-Si es que teníamos razón- dijo en bajo, solo Julio lo entendió. Y Marta fue tras sus dos amigas.
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"El sitio de ayer". Elena llegó al sitio donde se encontraría con Álex, que tras un minuto apareció con unas gafas de sol negras que le tapaban los ojos, y le ayudaban a pasar un poco más desapercibido. Cuando llegó junto a la chica la saludó con una sonrisa.
-¿Qué tal?- preguntó. Se le notaba que estaba cansado. Normal, un domingo a la una menos cuarto, tras haber salido el día anterior era para estar cansado.
-Yo, bien, ¿y tú?- respondió Elena un poco nerviosa. Por ahora no la trataba mal, pero su tono no era muy alegre, sino cansado.
-Cansado- respondió él-. Tengo tus entradas. Cogí dos por si quieres ir con alguien, pero tú verás. Es un buen sitio.
Álex se sacó dos entradas del bolsillo y se las tendió a la chica. Ella le dio las gracias y las guardó en su bolsito.
-Bueno, te veré luego entonces- dijo Álex-. Ahora me tengo que ir, que voy a llegar tarde, ya lo estoy viendo.
Elena sonrió, y se despidió del futbolista, que dio media vuelta y se fue por donde había venido.
<<Ha estado algo seco. Dijo que estaba cansado, pero tengo miedo. ¿Por qué tienen que ser tan complicados?>>, pensó Elena, dando media vuelta y regresando a su apartamento.
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En Bilbao, la gente ya esperaba la llegada del verano con ansia. Óscar y Arturo habían acordado hacer una apuesta. ¿La apuesta? A cambio de 50 euros, Óscar se tenía que acostar con Sara, y cuanto antes, mejor. Era viernes, y esa noche se celebraba el cumpleaños de Arturo en su casa. Invitaron a Sara y a su mejor amiga. Llegó la noche del cumpleaños. La casa estaba llena, y la música sonaba altísima. Todos bailaban sin parar.
Sara y su mejor amiga lo pasaban genial. Desde la otra punta Óscar vigilaba a la chica que podía hacerle ganarle 50 euros a su mejor amigo. Se acercó a Sara cuando vio que se quedaba sola. Ambos empezaron a hablar.
Sara estaba sorprendida de que el chico del que llevaba enamorada desde tercero estuviera hablando con ella, hasta se podría decir que ligando. En un momento dado él se acercó a su oído y le propuso algo que hizo que a Sara le viniera un sudor frío. No podía ser. Ella era virgen, pero cedió. Llevaba enamorada de él media vida, o sea que, ¿por qué no él para ser el primero?
Los dos subieron a una habitación, y Sara perdió la virginidad con el chico que ella consideraba el ideal, pero que en realidad, sería su peor pesadilla en unas horas.
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Verónica se acababa de levantar, feliz. Encendió el móvil y borró las notificaciones de Twitter. Odiaba que la gente le escribiera sin conocerla, aunque de vez en cuando respondía a dos o tres para quedar bien. Abrió el WhatsApp, y echó un vistazo a los mensajes que tenía.
Ese día vería a Jesús, a Álex y lo más importante, a Pablo. Intentaría pillarlo en los pasillos y entablar con él una conversación. Era esencial que el joven se fijara en ella para que al final acabaran teniendo una relación de estas que suenan muchísimo y en cuanto lo dejan de hacer, cortan. Verónica siempre hacía lo mismo, y ante los insultos, siempre respondía lo mismo: "Solo soy una joven en busca del amor de mi vida. Estoy intentando encontrar al adecuado, pero lo malo es que ninguno quiere algo bueno y acabo siendo lastimada. Y no aprendo". Esa era otra cosa que solía hacer. Tras sus relaciones, dejaba quedar mal al chico, como si le hubiera roto el corazón y no tuviera sentimientos, haciendo que cogiera mala fama. Y, como Álex la había rechazado, no podía decir nada de relaciones, pero lo haría quedar mal a toda costa.
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-Yo creo que a Gerardo le guuuuuustaaaas- dijo Clara con voz cantarina.
-Cállate, no le gusto, y aunque fuera así, él no es mi tipo- respondió Carmen.
-¡Pero si es guapísimo! Y un amor aparte.
-Ya... Pero es que a mí me gustan del estilo de...- Carmen se quedó callada un momento para pensar-. Del estilo del que estaba ayer con Marta, por ejemplo.
-Carmenchu, ese es de Marta- dijo Clara.
-Ya, pero digo yo que tendrá amigos- dijo Carmen-. Podrían presentárnoslos.
-Bueno, pero mientras tanto, aprovecha joder- dijo Clara.
-Maniática.
-Fue a hablar.
Y Clara le lanzó un cojín a la cara a su mejor amiga, cojín que esta le devolvió enseguida, iniciando una guerra de cojines entre las dos.
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