Marta y Manu desabrocharon sus cinturones y bajaron. Lo primero que hicieron fue coger un carro donde llevar sus maletas, y luego fueron a por ellas.
-Los del Barça hablaron con papá ayer por la noche y dijeron que nos enviarían un chófer- informó Manu-. Es un tío con un cartel y nuestro nombre.
-Pues nos va a costar lo suyo encontrarlo- dijo Marta mirando hacia una fila de señores con un cartel cada uno-. Hay tres Rivas.
-Joder, la llevamos clara- se quejó Manu-. Bueno, supongo que ya me reconocerán.
Agarró sus maletas feliz y decidido, y no se equivocó. Tres chicas de más o menos la edad de Marta, una de ellas con la camiseta del Barcelona, se acercaron a él y le pidieron un autógrafo. Acto seguido se sacaron un par de fotos y se fueron contentas. Ya tenían lo que querían. Eso ayudó al chófer de Marta y Manu a reconocerlos, y se acercó a ellos.
-Perdonen, ¿Manuel y Marta Rivas?- preguntó.
-Exacto- respondió el chico.
El señor sonrió.
-Síganme- dijo. Los tres echaron a andar, y llegaron a un gran coche. Guardaron las maletas en el maletero (muy espacioso) y el conductor les llevó a su casa, de la cual ya sabía la dirección por cortesía, como no, de sus padres.
Al llegar bajaron las maletas, le dieron las gracias al conductor y éste se marchó. Marta sacó del bolsillo las llaves que les había dado su padre y abrió el portal. Era un edificio muy bonito, con un vestíbulo muy grande y espacioso. Llevaron las maletas hasta el ascensor.
-Marta, deberíamos hacer dos viajes- dijo Manu-. Creo que tus maletas pesan tanto como el límite.
-Ja, ja, muy gracioso, hermanito, pero vale.
Marta metió las maletas en el ascensor y pulsó el 7, el ático. El ascensor subió lentamente, probablemente por el peso de las maletas, y las puertas se abrieron al llegar al séptimo. Séptimo B. Marta se dirigió hacia la puerta y giró las llaves para abrirla. Se quedó con la boca abierta. Era un piso muy espacioso. Un dúplex, para ser más exactos. Metió dentro sus maletas y las dejó a un lado, sin cerrar la puerta, para que cuando llegara su hermano supiera cuál era el piso. Comenzó a contemplar todo. Una cocina muy completa, bonita y moderna, un salón con un ventanal delante con el que se podía ver todo Barcelona, un recibidor muy acogedor, un comedor muy espacioso y un baño muy lujoso.
<<No sé cuánto les habrá costado, pero más de 100.000 seguro>>, pensó Marta.
En ese momento apareció su hermano por detrás.
-Guau- dijo al ver el apartamento-. ¿Seguro que es aquí?- bromeó.
-Seguro. Guau, si esto es lo de abajo, cómo será lo de arriba- dijo Marta ayudando a Manu a meter sus maletas y luego cerrando la puerta.
-Ya te digo, estoy deseando verlo.- Y sin más, Manu corrió escaleras arriba.-. ¡Marta, mira esto!
Marta subió las escaleras. Había tres habitaciones, dos baños y otra habitación que era como un lugar para estar, donde había una puerta corredera de cristal que daba a una terraza. Manu estaba en una puerta, la que era su habitación. Era muy bonita y amplia. Había una gran cama en el centro, y un montón de muebles que Manu terminaría de decorar a su gusto.
Marta se dirigió a lo que iba a ser su habitación. Si antes le daba pena marcharse de su ciudad, ahora se le había pasado totalmente después de ver su nueva casa.
-¡Voy a por mis maletas y empiezo a deshacerlas!- exclamó bajando las escaleras.
-Suerte- rió Manu desde su habitación.
Marta puso los ojos en blanco y comenzó a subir las maletas. Era un trabajo muy duro, y eso que había empezado por la más pequeña.
<<Voy a contratar transportadores de pianos para que me suban esto>>, pensó arrastrando las maletas.
Tras diez minutos de esfuerzo, consiguió subir todas sus cosas a su habitación. Empezó a deshacer las maletas, a guardar todo en los armarios, cómodas... Estuvo otra media hora, y al fin terminó. Decidió ir a darse una ducha, y luego si eso iría a comer con Manu.
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-Bien, chicos, esto ha sido todo por hoy, mañana nos vemos- sentenció el entrenador.
Los jugadores del Barça se retiraron a los vestuarios. Pablo iba con Álex y Jesús comentando el día y lo que harían por la tarde. Llegaron todos al vestuario, y los jugadores comenzaron a prepararse para ir a las duchas entre bromas y gritos. Entre ellos siempre estaban llamándose gordos, y diciéndose que había que hacer más ejercicios, pero todos sabían que los cuerpos de algunos eran inmejorables, entre ellos los de Jesús, Álex y Pablo. Los tres se quitaron las camisetas casi a la vez, dejando al descubierto tres cuerpos muy bien trabajados. Pectorales duros y tabletas de chocolate perfectas. Los brazos musculosos, pero sin pasarse, el sueño de cualquier chica. En lo único que eran distintos era en el tono de piel. Álex era más blanco, Jesús era también blanco y Pablo tenía colorcillo del bronceado. Los tres se metieron en las duchas. Bajo el agua caliente, Pablo suspiró. Hacía una semana que lo había dejado con su novia, la modelo Antonella Rodríguez. Demasiada perfección en el físico, pero su personalidad le hacía perder todos los puntos que su cuerpo le daba. No le había afectado mucho la ruptura, le afectaba que los medios lo acosaran con el tema, y echaba de menos tener a alguien a quien abrazar, darle su cariño.
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Llamaron a la puerta. Carmen y Clara se miraron a la vez. Empezaron una pequeña guerra con la mirada para ver quien iba a abrir. Carmen ganó, y Clara fue hacia la puerta, rezando para que no fuera ninguno de sus admiradores. Tuvo suerte, quien estaba delante era la señora María Luisa, del tercero C.
-Buenos días, María Luisa- saludó Clara, que ya se llevaba muy bien con aquella señora.
-Buenos días, Clarita, ¿puedo hablar un momento con vosotras?- preguntó sonriendo.
-Cómo no, pase.- Clara hizo un gesto para que entrara, y la señora fue a sentarse al sofá, junto a Carmen.
-¿Qué le trae por aquí?- preguntó amablemente Carmen.
-Veréis niñas, ¿sabéis que ha habido obras en el séptimo B?- preguntó. Clara y Carmen asintieron-. Pues sus residentes llegaron hace una hora o así, y son de vuestra edad, ¿podríais ir a darles la bienvenida?
-¡JA!- Carmen se levantó del sofá haciendo un gesto de victoria-. ¡Gané! ¡Me debes cinco euros, Clara!
-Joba, es cierto- se quejó Clara.
María Luisa miraba a las chicas divertida, recordando cuando ella tenía su edad.
-¿Haréis el favor, chicas?- preguntó.
-Claro, ahora mismo- dijo Clara, fastidiada por haber perdido la apuesta.
-Gracias, niñas- dijo la señora, y se marchó tras haberse despedido de las chicas.
-Vamos a conocer a los que me han hecho ganar cinco euros- dijo feliz Carmen, saliendo por la puerta de su apartamento.
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Marta terminó de vestirse tras su ducha. Fue a la habitación de Manu, el cual todavía estaba colocando sus cosas.
-¿Qué tal?- preguntó.
-Bastante bien- respondió el chico-. Este lugar es genial.
-Fijo que papá y mamá esperan que se lo devuelvas cuando seas un futbolista famoso y rico- dijo Marta riendo.
-Ya, eso pensé- dijo Manu guardando una sudadera en su cajón-. Pero bueno, no me costará, ya que seré de los mejores.
Marta sonrió. Le gustaba ver a su hermano cumpliendo su sueño, en el equipo que le gustaba desde hacía 13 años.
-Claro, pero tendrás que conseguirme entradas gratis- dijo Marta-. No pretenderás que pague 60 euros cada vez que quiera verte.
Manu la miró, puso de cara de "jamás, por encima de mi cadáver", pero como siempre bromeaba.
-Eso es cosa del club- dijo con una sonrisa-. Por cierto, ¿cuándo empiezas la Universidad?
-El lunes- respondió Marta. Ese día era viernes, por lo que le quedaban tres días de libertad.
-Muy pronto.
-Sí, hoy tengo que ir a confirmar todo- dijo Marta-. Pero bueno, es una nueva experiencia, y voy a disfrutarla al máximo.
Manu miró a Marta y sonrió. Le gustaba ver a su hermana tan decidida y alegre.
Iba a decir algo, pero el timbre lo interrumpió. Marta y Manu se miraron, y bajaron corriendo las escaleras, camino de la puerta. Abrieron la puerta, y delante se encontraron a dos chicas, una más alta que la otra, una con los ojos verdes y otra con los ojos marrones, pero aún así, muy parecidas.
-¡Hola! Somos las vecinas de abajo- dijo la de los ojos verdes.
-Veníamos a conocer a nuestros nuevos vecinos- dijo la de los ojos marrones.
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Sara se desabrochó el cinturón. Ya habían llegado a Barcelona. Estaba feliz. Bajó del avión junto a los demás pasajeros y recogió sus maletas. Salió y fue hacia un taxi que esperaba delante del aeropuerto. Guardó las maletas en el maletero y subió al asiento del copiloto.
-A la residencia de estudiantes, por favor- dijo tras terminar de abrocharse el cinturón.
<<Ahora espero que no sea el taxista futbolero>>, pensó.
-Qué bonito está Barcelona estos días- comenzó a decir el taxista-. Sobre todo por el comienzo de la Liga.
<<Oh, no>>, se lamentó Sara, <<justo me tuvo que tocar el futbolero>>.
-El Barcelona está haciendo muy buen trabajo con los fichajes- continuó-. ¿Sabes Manu Rivas? Ese chico es una promesa, un crack. Yo creo que una combinación de ese chaval con Pablo Hernández sería una pasada. Y con Álex Pazos y Jesús Vázquez en el centro del campo... Con eso ganábamos Copa, Liga, Champions, las dos Supercopas y el Mundialito de Clubes todos los años ya sin jugar. Los rivales nos tendrían mucho miedo.
Sara no escuchaba. Iba pensando en los zapatos que se había comprado el día anterior y en lo bueno que estaba el chico del avión. Iba tan concentrada en eso que ni se dio cuenta de que llegaron.
-Señorita, hemos llegado.- El taxista interrumpió sus pensamientos-. Son cinco euros, pero, ¿a que está usted de acuerdo con lo que le he explicado?
Sara sacó los cinco euros de su cartera, y antes de salir del taxi contestó:
-Yo soy del Athletic de Bilbao, que es el equipo de mi ciudad.
Abrió el maletero y sacó sus maletas. Luego, se dirigió a la entrada de la residencia. En recepción le dieron la llave de su habitación. Subió y abrió la puerta.
<<Qué suerte, una habitación para mí sola>>, pensó sonriente.
Dejó las maletas a un lado y empezó a contemplar lo que sería su hogar los próximos nueve meses.
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